Por Micaela Ríos
La
publicidad gubernamental que relacionó la competencia deportiva en los próximos
Juegos Olímpicos en Londres con la
soberanía argentina en las islas Malvinas fue motivo de otra nota de Beatriz
Sarlo en La Nación del 8 de mayo. Nuevamente
su análisis sobre la realidad argentina contiene cierto desprecio por el carácter
dependiente de la Argentina, desvalorizando la lucha por las cuestiones nacionales.
Ese desprecio se extiende sobre las mayorías populares siempre propensas, según
ella, a ser engañadas por un discurso patriotero. Seguramente menoscaba la
ardua lucha por la reivindicación nacional que libra el pueblo diariamente, en
diversos ámbitos y de distintos modos para enfrentar la penetración
imperialista, la extranjerización de nuestros recursos, causa del
empobrecimiento de sus condiciones de vida y de toda la nación.
En
principio, le molesta a Beatriz Sarlo la pasión o el murmullo nacional que
con
derrotas o éxitos deportivos genera el fútbol, el tenis o el hockey en las
competencias internacionales. Seguramente, analizar el deporte libre o autónomo
de las trabas que genera la dependencia imperialista en la Argentina y no
entender las raíces más profundas de las pasiones nacionalistas puede deberse a
que ignora en qué condiciones se realizan esos deportes en la Argentina. Nuestros
deportistas, fundamentalmente en las disciplinas amateurs, (como en muchos otros países oprimidos y
dependientes) reciben escasísima o ninguna ayuda estatal. Su formación, sus
entrenamientos, los costos de viajes, estadías y su participación en general en
ámbitos internacionales se realizan con una gran indiferencia de las
institucionales estatales locales y con una falta de protección frente a los
atropellos administrativos y burocráticos de las grandes potencias que dedican
importantes presupuestos al negocio deportivo. A diferencia de esas grandes
potencias, los deportistas argentinos lo hacen a partir de una gran cuota de esfuerzo
individual y orgullo nacional.
Pero negar el peso y las
consecuencias históricas de la dominación imperialista en la Argentina resulta
inadmisible. Más aún de uno de los imperialismos que tanto ha succionado y
sigue succionando las riquezas de nuestros suelo y nuestro pueblo y que
mantiene aún una parte de nuestro territorio bajo su dominio. Los intereses
ingleses en Argentina no solo están vinculados su pasado de dominación (la
ocupación de Malvinas en 1833, el bloqueo anglofrancés de 1845, a la
instalación de los frigoríficos y ferrocarriles o el ignominioso Pacto
Roca-Runciman) de la que, entonces, Malvinas sería una rémora de aquella vieja
dominación. Como justifican algunos intelectuales, alegando que los intereses y
dominación inglesa es algo del pasado; mientras que aceptan la tesis del imperialismo inglés de
“autodeterminación” de los kelpers, súbditos de la corona inglesa, población
insertada por ocupación colonial. Explicaciones y justificaciones propias de
intelectuales cipayos que ven y estudian el mundo desde las usinas ideológicas
imperialistas. Por el contrario, antes y ahora, Malvinas es una demostración
palpable de que esos intereses buscan justificar su pasado para seguir en
posesión de un enclave estratégico en el Atlántico Sur y continuar rapiñando en
el presente tanto en el petróleo, en la minería, en la propiedad de la tierra del
sur argentino, en nuestros recursos marítimos y en empresas de servicios tan diversas
como aquella agencia de publicidad del grupo británico WPP que con filiales en
la Argentina produjo el spot que motiva las reflexiones de Sarlo.
También resulta inadmisible que esta
intelectual crítica olvide el carácter dependiente de la Argentina cuando la
compara con Alemania. No solo porque es una comparación antihistórica sino
porque es un error que iguala a un país imperialista con un país dependiente.
Alemania, en los años 30 durante el ascenso del nazismo estaba en su fase más agresiva
de expansión industrial en su disputa interimperialista, y la Argentina dependiente,
siendo disputada por varios imperialismos, no logró abandonar su rol de país
exportador de materias primas, tanto en esa década del siglo XX como en la
actualidad a inicios del siglo XXI. Por tanto, (aunque se excuse) Beatriz Sarlo
(para confundir) confunde, un nacionalismo de derecha fascista, con el nacionalismo
que ensayan los países y pueblos oprimidos frente a las iniquidades de los
imperialismos. Nuevamente, esta comparación le impide medir la importancia que
tiene la reivindicación y la cuestión nacional para las grandes mayorías
oprimidas de nuestro pueblo.
La clase obrera, el pueblo y
diferentes sectores patrióticos no se confundían ni se confunde cuando defienden
la soberanía nacional y luchan contra la penetración imperialista en todas sus
formas y vertientes. Perciben quiénes garantizan y quiénes traicionan los
intereses nacionales y populares. Se diferenciaron el 2 de abril de la
dictadura silbando a Galtieri cuando ante la recuperación de las islas se decía
“presidente de los argentinos” y se conmovían por la justicia de la causa de
Malvinas. Del mismo modo, nos diferenciamos de las declaraciones nacionalistas
del gobierno de CFK remedo artificioso que no garantizará una segunda y definitiva
independencia y nuestra soberanía nacional y popular. Por eso, exigimos para la
defensa de la soberanía en Malvinas, la expropiación y anulación de todos los contratos
las empresas ingleses radicadas en la Argentina como lo manifestaron cientos de
artistas e intelectuales en una reciente declaración al cumplirse treinta años
de la gesta de Malvinas.
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